La pedofilia
La pedofilia es una grave alteración en el que individuos mayoritariamente varones, sienten atracción sexual por jóvenes sexualmente inmaduros. En el Perú consideramos que los adolescentes menores de 14 años y los niños no son capaces de decidir tener relaciones sexuales por sí mismos, razón por la cual cualquier contacto sexual con este grupo, por un adulto se considera violación.
Los pedófilos inician sus impulsos generalmente en la adolescencia que se presentan como deseos, fantasías eróticas y autoerotismo cuyo principal estímulo son los niños. Muchos de estos individuos conviven con sus deseos y nunca se atreven a ponerlos en práctica; sin embargo, un grupo importante comienza a maquinar planes para poder realizar sus deseos. También existe la efebofilia que es el interés sexual por adolescentes o jóvenes mayores de 15 años.
Las investigaciones revelan que la mayoría de pedófilos concretan sus deseos en el entorno cercano o familiar, siendo amigos de la familia o familiares mismos lo que terminan abusando de los menores en sus propias casas o cerca de ellas. Estos individuos tienen un perfil social muy aceptable, son personas agradables, amables, socialmente correctas, generalmente casadas, con hijos, con trabajos formales o conocidos, sacerdotes, pastores, profesores, tutores, entrenadores deportivos, médicos y otros profesionales o no, que por éstas condiciones son muy aceptados y reconocidos en sus entornos sociales y esto constituye su mejor arma.
La mayoría de abusos no se cometen con violencia, sino a través de una seducción progresiva con atenciones, cariño, ternura, regalos, adoctrinamiento y ejercicio del poder, lo que culmina en tocamientos, frotamientos, penetraciones digitales o con objetos, exhibicionismo y coito. Raras veces el abuso implica coacción, amenazas o violencia, incluso algunas veces las víctimas no son conscientes del hecho y hasta lo consideran “normal, bueno o adecuado” y en estas condiciones muchos niños o adolescentes se mal erotizan, pues ven despertada tempranamente su sexualidad e incluso disfrutan de ella, ya que su cuerpo de niño lo permite. Se convierten en “cómplices” del secreto que acerca de estas acciones, el abusador les pide “guardar” o en su defecto, aterrorizan a sus víctimas amenazándolas de muerte o amenazándolas con matar a sus padres si dicen algo. Entonces pues los abusos pueden repetirse y durar muchos años dándose en la niñez, adolescencia e incluso la adultez. El terapeuta debe estar preparado para enfrentar esta situación, haciendo ver a la víctima que no es culpa suya, que no fue una niña o un niño malo y que su ser inmaduro se hipererotizó por culpa de un adulto quien es el verdadero culpable, victimario y criminal.
Otro grupo de víctimas cae en la cuenta de que lo que está pasando no esta bien y se culpa por permitirlo y no se atreve o no encuentra las palabras para contarlo a sus seres más queridos, se retraen, involucionan (se orinan en la cama, se chupan el dedo, hablan como si fueran de menor edad, etc), temen a los adultos, rechazan muestras de cariño de familiares y amigos adultos, disminuye se rendimiento escolar, tienen pesadillas, miedo a la oscuridad y a quedarse solos, entre otras manifestaciones que deben ser signos de alarma para padres, educadores, policías, y profesionales de la salud.
Uno de los mayores conflictos emocionales que enfrentan las víctimas de abuso durante la juventud y la adultez, es el haber guardado el secreto, la permisividad y el disfrute que hubieran podido tener, pues si bien el trauma del abuso en sí mismo es execrable, éste se convierte en el centro de la remediación o la terapia. Estas víctimas difícilmente revelan a sus curadores estas condiciones y las llevan en su consciente por siempre y hasta la muerte, sumiéndose en profundas depresiones, ansiedad, soledad, baja autoestima, incapacidad para relacionarse sentimentalmente y sexualmente con sus parejas, frigidez, anorgasmia, vaginismo, disfunción eréctil, deseo sexual disminuido, lo que no es comprendido y achacado a otras causas.Estas condiciones son raramente resueltas a nivel terapéutico, ocasionando conductas autodestructivas y hasta el suicidio. Por estas razones y para tener obtener un grado aceptable de eficacia terapéutica se debe ahondar en los sentimientos más profundos de las víctimas. Imagínense qué difícil debe ser para una víctima de abuso, reconocer que lo disfrutó e incluso lo buscaba; es eso entonces lo que no se puede perdonar a sí mismo.
Conocido el perfil clásico del victimario y que este deseo insano inicia en la adolescencia, es fácil concluir que éste usa su intelecto, muchas veces elevado, para perpetrar un plan que satisfaga sus deseos en lo que le resta de la vida. Es así que las mejores posiciones para ejercer la pedofilia son el sacerdocio, en el que la confianza de los padres, el entorno místico y espiritual de poder sobre el feligrés, la convincente retórica, el ejercicio de posiciones jerárquicas en colegios, misiones, parroquias, albergues y otros espacios en los que los niños y adolescentes guardan devoción y/o respeto al líder espiritual, configuran situaciones ideales para que el victimario concrete sus deseos con gran impunidad.
Es imposible detectar un pedófilo a través de test psicológicos o psiquiátricos, entrevistas personales o por su apariencia, muy por el contrario muestran ser emocionalmente estables, intelectualmente aventajados y en casi ningún caso tienen apariencia de “pervertidos sexuales”.
Siendo este el patrón clásico de un pedófilo químicamente puro, también existen pedófilos circunstanciales que abusan sexualmente de menores, bajo los efectos del alcohol, drogas, tensión sexual manejada inapropiadamente, venganza, actitudes seductores de un menor erotizado por un abuso sexual en ciernes e incluso bajo coacción de otros adultos con fines voyeristas, producción de pornografía infantil o trata de personas e incluso el solo impulso de dañar o asesinar. De no mediar las circunstancias descritas estos individuos no tienen deseos o fantasías con menores ni abusan de ellos sistemáticamente.
Para entender estos postulados les recomiendo ver dos películas que describen la relación entre las posiciones de poder y la pedofilia: El bosque de Karadima que cuenta el caso del cura Fernando Karadima de la parroquia de El Bosque, un acomodado barrio en Santiago de Chile; y Obediencia perfecta, la historia del fallecido cura Marcial Maciel, líder de la Legión de Cristo en México. Ambos casos reales, llaman la atención por haber sido sancionados canónicamente, más nunca penalmente. Estos films hablan por sí solos.